Tu susurro

Un susurro

Nunca había vivido una época de crisis como esta. Nunca me había tenido que enfrentar a una situación tan límite como la que estamos viviendo. He afrontado dificultades personales previamente. También familiares. Siempre acompañada en estos casos por los míos, por los más cercanos. Pero nunca tuve antes que atravesar un trance tal, de la mano de todos los que habitamos juntos este planeta. Tan unidos y tan separados al mismo tiempo.

El alivio que me produce saber compartida esta dolorosa experiencia se ve contrarestado por la soledad que a la vez siento al no permitirme volcar mi desconsuelo sin límites, sin prudencia. Siento la responsabilidad de estar ahí para otros y escucho la voz que me llama a la solidaridad. En todos los sentidos.

Y esa voz, que me acompaña más que nunca en estas últimas jornadas, aparece en mi consciencia con la silueta de mi padre, persona increíblemente solidaria, con una gran humanidad y generosa hasta el extremo. Lo perdimos el día 25 de marzo, después de unos días ingresado en un hospital de Madrid, afectado por el virus.

Qué pena padre. Qué pena no tenerte cerca. Qué pena no poder conversar contigo sobre la vida, sobre lo divino y lo humano, sobre las cosas cotidianas. Qué pena no poder abrazarte y decirte que te quiero, como tantas veces nos dijimos en los últimos años. Qué pena no poder volver a pasear contigo, a ritmo ligero, con esa seguridad que te conferían tu altura y tu cuerpo erguido. Qué pena padre.

Pero me queda tu susurro, ese susurro que ahora me llama a ser solidaria, a compartir. Y te pregunto: ¿qué es lo que puedo hacer yo? Y me respondes: Escribe, Rose, escribe. Tantas veces me lo has dicho, tantas veces…y ahora lo escucho cada vez más fuerte, como si te tuviese aquí a mi lado.

Así que escribo. Y lo hago para dar las gracias a todas las personas que nos están ayudando a mi madre y hermanos a asimilar nuestra pérdida, a pasar por este trance.

Gracias a la doctora que llamó a mi hermana Lucila, ya fuera de sus horas de trabajo, y desde su teléfono personal, para darle los detalles de como te fuiste, padre. Para aclararnos que te marchaste tranquilo, que no sufriste y que todo fue rápido. Gracias por esas palabras de confort y por esa humanidad.

Gracias a la rapidez y la eficacia del personal de la funeraria que nos explicó con todo detalle donde llevaban tu cuerpo y donde y a qué hora te cremarían. Gracias porque mis hermanos y mi madre pudieron estar presentes en un momento tan importante. Y gracias porque Carmen pudo conectarse en directo con las hermanas expatriadas y pudimos compartir la ocasión en familia.

Gracias de nuevo a los servicios funerarios, y en especial al sacerdote al cargo,  por proponernos y ayudarnos a preparar la ceremonia que vamos a celebrar online para honrarte y despedirte el próximo domingo. Y gracias a la tecnología que lo va a hacer posible.

Gracias una vez más a estos servicios por ofrecernos asistencia psicológica para afrontar el duelo y sobrellevar tu ausencia en estas circunstancias tan atípicas. Gracias porque es reconfortante contar con un experto que se ofrece a escuchar nuestro dolor y a reconfortarnos con su empatía y sus palabras.

Y por supuesto, gracias a toda la familia y amigos que dentro de la dureza de sus propias realidades, encuentran tiempo y palabras de consuelo y acompañamiento.

Padre, te has ido en un momento muy especial. En un momento en que la humanidad sufre un proceso de transformación. Un momento en el que vivimos una transición entre el vivir en el «yo» a vivir en el «nosotros». Puro espejo de tu manera de ser. Siempre poniendo a los demás por delante. Siempre diciendo SI, sin pestañear, ante cualquier nueva propuesta o petición de ayuda.

Padre, gracias por tantos valores, por creer en nosotros y sobre todo por seguir guiándonos y susurrándonos al oído. Porque todo lo grande que has sido, lo seguirás siendo a través del legado que has dejado. Y con tu ayuda, espero estar a la altura.

 

 

 

 

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Los milagros

foto milagros

Viene Sunny a beber del néctar de las flores que brotan de las plantas de mi balcón. Lo siento batir sus alas, con rapidez, sigiloso, lo suficientemente ágil para poder mantenerse en vuelo mientras introduce su pico en la aromática flor que ya le espera. La naturaleza me saluda al amanecer. Me llena de vida. Siento como la sabia corre por las venas de los árboles anclados en el paseo frente a mi casa. Si busco el silencio, escucho su palpitar. Despiertan al nuevo día. Dibujan una sonrisa con el leve movimiento de sus ramas. Saludan a la brisa que sin querer molestar pasa a través de las hojas. Las hojas son de un verde tan intenso que estalla ante mis ojos. Detrás de los árboles se intuye el reflejo del sol en el agua. Tímidamente se asoma, sin prisa, como si el tiempo se parase para darle la bienvenida una vez más.

Me parece impresionante que este milagro se produzca un día tras otro. Lo entiendo como la forma que la madre naturaleza tiene para mostrarnos que pase lo que pase, no hay que rendirse. Cada día es una nueva oportunidad. El sol se eleva ante nuestros ojos una y otra vez, sin esfuerzo, como en una danza tantas veces reproducida que no da pie a error.

Respiro hondo. Lleno mis pulmones de aire y he aquí que encuentro el segundo milagro del día. Sólo por el simple hecho de respirar me mantengo viva. Gracias a este acto tan íntimo, para el que no necesito más que mi propio cuerpo, pongo en funcionamiento todo el engranaje de mi ser. Respiro despacio, observando como mi pecho se llena de vida. Disfruto del momento. Del milagro.

El sol ya está luciendo alto. Si me muevo unos pasos hacia adelante puedo sentir el calor de sus rayos acariciando mi piel. La temperatura sube y siento la necesidad de cobijarme de nuevo en la sombra. Disfruto de este ir y venir de luz, calor, sombra, frescor.

Abby se acerca a mí y estira sus patas delanteras desperezándose. Acaricio suavemente su pelo rizado y ella mantiene su mirada fija en mí, como si quisiera pedirme que la caricia no terminase nunca. Nunca imaginé que fuese a detentarle tanto afecto a un perro. Ni que al abrir la puerta de mi casa fuera a estar anhelando la siempre alegre bienvenida que nos regala. Otro milagro de la vida. Puro amor incondicional. Amor del que me gustaría ser capaz de presumir. Amor del que no espera nada a cambio. Que es porque es, así sin más.

No tengo prisa. No quiero correr. Quiero darle a cada momento la importancia que se merece. No se va a repetir. Nunca. Lo paladeo, lo abrazo, procuro entender qué trae consigo y lo dejo marchar.  La vida está hecha de momentos. Y no quiero perder ni uno sólo de los eslabones que la conforman.  Todos y cada uno de ellos importan. Todos.

La mañana sigue su curso. Los sonidos de la calle me recuerdan que el día avanza. Unos niños vestidos de uniforme suben a un autobús que deja a su paso un rastro de humo. Suena a lo lejos el motor de un barco. Observo la estela blanca, respiro el olor a mar y me recreo en el vaivén de las olas. Caigo en la cuenta de que es la marea otro milagro más. Otra maravilla de la creación.

Suena el timbre de una bicicleta, el ruido me espabila y doy por terminado el rito de bienvenida. Siento que después de llenarme de vida, de este depertar de los sentidos, ya estoy preparada para comenzar la jornada. Consciente de que se me brinda otra vez más, veinticuatro horas después, la posibilidad de hacer de mi día un acto sagrado.

Se me brinda de nuevo la ocasión de optar entre alternativas entre las que trataré siempre de escoger la que nutra más mi alma. O la que yo crea que lo hará. Sin miedo a equivocarme. Porque la equivocación hará de mi alguien más humano, más compasivo y me preparará para actuar de modo más certero en un futuro. Un futuro que sin duda llegará si el milagro de la vida me llama de nuevo a saludar al amanecer.

 

 

 

 

El miedo

 

el miedo

Se me ocurre que una de las mejores formas de sacar el miedo que habita en mi cuerpo y en mi psique es escribir sobre él. En mi agenda, en el día de hoy, leo una nota en palabras mayúsculas que dice ESCRIBIR. Se me ocurren mil excusas para no hacerlo; Puedo dedicarme a buscar el hotel en el que pasaré unos días con mi familia en Vietnam a final de esta semana;  O en su defecto, ir al gimnasio a acompañar a mis hijos que decidieron ocupar parte de su mañana en ese quehacer. Al fin y al cabo, ellos me lo han pedido y yo se lo he prometido…No. Esta vez no.  En esta ocasión, decido lanzarme a experimentar el sabor que guarda el romper una promesa y me dispongo a dedicar este tiempo para mi, en lugar de hacerlo para otros con la excusa de que ellos me necesitan.

Llevo un tiempo observando con ojo crítico mis reacciones ante determinadas situaciones. Voy descubriendo para mi sorpresa cada vez con más frecuencia que muchas de las decisiones que tomo a diario están o bien dirigidas o bien influidas por el miedo. El miedo en sus infinitas formas, oculto en un sinfin de pretextos o justificaciones.

¿Porqué no me siento a escribir más a menudo si es una actividad que me llena y me hace sentirme completa?¿No es absurdo? Mi respuesta a estas preguntas y el hecho de no ser más constante escribiendo, a pesar de ser un deleite para mi, la encuentro en el interior de una niña asustada. Una niña que teme ser juzgada y a la que le aterroriza una posible falta de eco de sus palabras.

Intuyo que lo mismo sucede en relación a otros proyectos y actividades que me cuesta emprender. Encuentro obstáculos en el camino que puedo llegar a advertir como insalvables.  Al margen de la magnitud de la motivación que me mueve y en más ocasiones de las que me gustaría reconocer. Multitud de veces, a este irritante bloqueo, le he llamado pereza. Pero ahora veo de manera cristalina e incuestionable que se trata de miedo.

Me considero muy afortunada por que la vida me ha regalado una sensibilidad extrema. Hasta hace no mucho tiempo no he abrazado y aceptado este maravilloso presente en su totalidad, sin reparos y con entusiasmo. Gracias a él, puedo conectarme con las distintas emociones y preguntarles el motivo por el que están ahí. Y creedme, siempre hay un motivo.

Es el miedo la emoción que me viene rondando de forma más insistente en esta  última temporada. Y resulta muy interesante observarlo. Porque ahora que lo veo, y por tanto, lo reconozco, siento que millones de puertas se abren ante mi. Ya no hay obstáculos insalvables. Ya no hay excusas que se quedan archivadas en la lista de sueños pendientes de cumplir. Sólo miedo. MIEDO.

Qué maravillosa revelación. Una vez reconocida la emoción, siento que el trabajo más difícil está hecho.

El miedo es intrínseco al ser humano. Es una emoción que tiene como objetivo fundamental protegernos. Pero la protección no es sinónimo de bloqueo. La protección tiene sentido en su momento y en una época evolutiva concreta tanto del ser humano como colectivo como del ser humano a nivel individual.

Presiento que el motivo por el que percibo el miedo de manera tan clara y además puedo identificar su procedencia, es por que es el momento de pasar a la acción. Es el momento de empezar a caminar, de mirarlo de frente, de darle la mano y por un instante, fundirme con él hasta que lo sienta de manera consciente y profunda en todo mi ser. Y entonces atravesarlo, experimentar su densidad, su peso, su importancia, su valor.

Lo visualizo como un viaje. Todo lo que pesa va quedando atrás y sólo me queda apuntar hacia adelante. El horizonte se presenta limpio, luminoso, lleno de oportunidades. Las nubes que me impedían ver el paisaje se disipan y veo mi sueño mucho más cerca. Lo palpo, lo reconozco por su nombre, lo saboreo.

Avanzar en la senda no deja de ser dificultoso. En la medida en que voy venciendo dificultades, una por una, paso a paso, en un equilibrio entre poner de mi parte y dejar hacer al espíritu, se abren puertas frente a mi. Opciones inagotables a las que destinar los dones de los que gozo. La vida vuelve a cobrar sentido, una vez más.

Siempre que busco, encuentro.

Desde mi experiencia te aliento a levantarte, a dejar que la tormenta te atraviese, sin huir de ella. Ha venido para hacerte sentir vivo, para recordarte quien eres y lo que has venido a hacer. Considera la lluvia, los truenos y los relámpagos como un privilegio, una oportunidad más que te da la vida de ir más allá de tus miedos. De perseguir tus sueños.