A mis amigas

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Hoy me levanté acordándome con total nitidez de mis sueños. Y con la sensación de que me transmitían un mensaje claro. El confinamiento no es fácil. No lo es para nadie. Buscamos reinventarnos cada día para poder salir de la monotonía y no caer en la tristeza o la apatía. Inventamos maneras para pasar el tiempo en familia de forma que se note lo menos posible lo que nos falta en esta situación insólita.

Creo que me he acostumbrado tanto a ella, que, buscando estrategias para atravesarla, se me ha olvidado parte de lo importante.  Y es que lo que nos mantiene mentalmente sanos durante el confinamiento, es lo mismo que lo que nos mantiene vivos en circunstancias normales. Pero tenemos que adaptarlo a la nueva realidad.

Creo que por eso hoy soñé con mis amigas. Para recordar lo importantes que son para mí.

Fue un sueño bonito. Sentí claramente sus presencias a mi lado. La primera, me recortaba el pelo con una delicadeza y un esmero dignos de disfrutar. La segunda, paseaba conmigo por las calles de Madrid, buscando una dirección que no acabábamos de encontrar. No importaba mucho llegar al destino concreto. Lo importante, era caminar juntas.

Una tercera, me hizo recordar con palabras e imágenes que iban y venían, una de las etapas más bonitas que vivimos juntas en Dubai.  De su mano, vi edificios con significado especial para ambas. Paseamos por la playa y dejamos que la brisa acariciase nuestros rostros, despreocupadas, centradas solo en lo bello del momento que compartíamos.

También, mientras caminábamos juntas,  en un escenario distinto, otra de mis amigas compartía conmigo la dureza de la situación personal que está atravesando.

Efectivamente, el sueño me traía un mensaje claro. Me recordó una verdad que no puedo dejar de tener presente. Me vino a decir que mis amistades, tan diversas en orígenes, personalidades y vivencias compartidas, son parte fundamental del alimento que me nutre y me hace crecer.  Contienen parte de mí porque se han ido llevando pedazos de mi vida, pedazos de mi corazón.

Compartir con ellas una conversación, una vivencia, una alegría, o una preocupación, hace que yo también guarde parte de ellas en mí. Quedan también pedazos suyos descansando sobre mis hombros, sobre mi regazo. Y a estos pedazos puedo recurrir cada vez que por cualquier motivo no sea posible nuestra comunicación.

Si por circunstancias, siento lejos a mis amigas, abrazo esa parte de ellas que en su día generosamente me regalaron. Cierro los ojos y revivo los momentos compartidos, las risas muchas veces contagiosas, las confidencias, la confianza.  Y siento el gran privilegio de haber sido parte y testigo de tantas ocasiones vividas junto a ellas.

No soy amante de conversaciones telefónicas largas y las videollamadas tampoco me entusiasman. Los mensajes de whatsapp pueden llegar a abrumarme y el email no es santo de mi devoción. Aprovecho para meter aquí la cuña de que me enorgullece sentir una parte de mi padre en esta faceta mía.

A mí me gustan los abrazos, el roce, los achuchones. Escuchar en directo las risas, observar en primera persona los cambios de expresión faciales, las reacciones a mis comentarios.

Es verdad que la tecnología nos hace la vida mucho más fácil y nos permite comunicarnos a tiempo real con el otro extremo del mundo. Es verdad que nos posibilita acercarnos a los que se encuentran lejos. Y que gracias a ella, nos mantenemos mentalmente sanos en circunstancias, como las de ahora, en las que no podemos tomar de la mano a nuestros seres queridos.

También es verdad, que la tecnología permite llevar la palabra escrita a cualquier rincón del mundo, sin importar la diferencia horaria ni el hemisferio en el que vivamos. La palabra escrita se transmite hoy casi a la misma velocidad que la voz en el teléfono, por zoom o por skype.

Así que para adaptarme a la nueva realidad y mantener la cordura, acabo finalmente eligiendo la tecnología para que mis palabras vuelen. Para que lleguen a otro continente, para que atraviesen océanos. Para que crucen ríos y montañas y se posen finalmente en aquellos a quienes van destinadas. En este caso a mis amigas.

Amigas, os echo de menos. Y lo escribo con lágrimas en los ojos. Echo de menos vuestros abrazos, vuestros achuchones, vuestras confidencias. Echo de menos el estar presente para vosotras. Echo de menos esos trocitos de mí que lleváis dentro.  Visitarlos de tanto en tanto para que no se me olvide quién he sido, de donde vengo, quién soy ahora.

Amigas, cuando acabe todo esto y recupere la libertad para viajar allí donde ahora sólo se posan mis palabras. Cuando sea yo y no las circunstancias quienes decidan el modo en el que alimentaré mi espíritu, tened claro que volaré allí donde vosotras estéis.  Para encontraros, para abrazaros, para contagiarme con vuestras risas, para escuchar vuestros desvelos. Porque vosotras, amigas mías, sois un gran tesoro. Y ni el tiempo ni la distancia, ni las circunstancias más difíciles, me alejarán nunca de vosotras.

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Un comentario en «A mis amigas»

  1. La tecnología no suple las confidencias, los roces o los abrazos. El contacto físico es fundamental y esencial en las relaciones sociales. Ojalá abran las fronteras en Singapur y podáis expresar personalmente todo lo que sentís por vuestros amigos y seres queridos.

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