La huida

La huida -Texto la huida

Mi amiga Stacey, que comparte conmigo la visión energética del mundo (en la que asumimos un cuerpo energético además del físico y una realidad en la que coexisten muchas más cosas de las que podemos ver y tocar) me sorprendió ayer con un comentario. Lo hizo al introducir la clase de yoga nidra que guía y a la que yo asisto cada lunes.

Antes de tumbarnos en nuestras esterillas (cada uno en su casa claro está y comunicados a través de la consabida plataforma zoom) mencionó que tanto ella como varios de sus alumnos, habían observado que desde que comenzó el confinamiento, había aumentado la cantidad de sueños que tenían y que podían recordar al despertar cada mañana. En concreto comentó que en su caso así como en el caso de muchas otras personas con las que había hablado, había aumentado el número de sueños en los que el protagonista salía corriendo.

Y eso me hizo pensar en el tan consabido reflejo de «luchar» o «huir» que todos los animales, entre ellos los racionales, presentamos ante una situación que percibimos de riesgo, seamos conscientes de ello o no. Cuando nuestro cerebro se enfrenta a un evento que cataloga como «peligroso», entra en funcionamiento todo un sistema complejo que nos llevará a tomar la decisión de afrontarla y para ello, poner toda la carne en el asador, o de huir y así evitar las tremendas consecuencias que en la mayoría de las ocasiones, son solo fruto de la imaginación, y no llegarán nunca a producirse.

En la realidad de nuestro confinamiento y de la situación que estamos viviendo ante la amenaza del Covid-19, no nos queda más remedio que correr en sueños. No podemos huir de ello, ni siquiera cuando dormimos, aunque corramos y corramos hasta perder el aliento.

Pensaba yo entonces, que es una ocasión estupenda para elegir la opción de «luchar» en lugar de la de «huir». No porque me sienta ahora más valiente o el enemigo sea más fácil de combatir, si no porque, lo quiera o no lo quiera, no me queda más remedio si es que he tomado la decisión de mantenerme viva y de no dejarme abatir por este presente y futuro inciertos.

Y tiene gracia que a pesar de la magnitud de la tragedia que nos rodea, observo que la actitud de «lucha» que en realidad prefiero llamar de «construcción», no la tengo que materializar en grandes decisiones o proyectos de envergadura. La actitud de «construcción» la tengo que trabajar en los aspectos más cotidianos de mi día a día.

Me doy cuenta de lo fácil que es huir de situaciones ordinarias que pueden resultar incómodas. Cuando tenemos nuestros días atiborrados de quehaceres «imprescindibles» y vamos como locos de aquí para allá apagando fuegos y resolviendo entuertos, no nos damos cuenta de las cosas que dejamos de hacer con la excusa de la falta de tiempo. Y puede ser que esa excusa que utilizamos, sea una huida encubierta.

Me explico. Ahora, con tanto tiempo en casa y con todos los miembros de la familia bajo el mismo techo 24 horas al día, me hago la siguiente reflexión;  ¿No sería mi agenda diaria atiborrada de responsabilidades ineludibles, una huida de situaciones domésticas no muy atractivas?, ¿No sería el cansancio por el trabajo, la excusa perfecta para no interesarme individualmente por las necesidades de los miembros de mi familia?, ¿No serían también el tener que llevar el peso de la casa, el mantenerme en forma y estar al día en las redes sociales las excusas perfectas para no dedicarle a las relaciones con mis amigos y familiares el tiempo que se merecen?

Pues bien. Me doy cuenta de que si no al 100 por cien, sí en un elevado porcentaje, todas esas excusas me han mantenido alejada de situaciones que en lo más profundo,  me generan desasosiego. De situaciones que inconscientemente he estado evitando por sentir que no tenía la fuerza o la energía de gestionar. O simplemente, de situaciones que me parecían incómodas de afrontar y por tanto desgastantes.

Y he aquí la gran sorpresa, el gran descubrimiento. No sólo me doy cuenta de que soy capaz de «construir» a partir de las situaciones de las que no he tenido opción de huir, si no que además, llego a la conclusión de que la creación de vínculos, la alimentación de mis relaciones y el tiempo y la atención dedicada a las necesidades de los más cercanos, me llenan infinitamente más que el día más ajetreado de mi agenda. Y aumentan mi energía.

Y que aunque en la interminable lista de quehaceres, aparezcan muchas cruces que las marquen como finalizadas, si no ha habido conexión, si no ha habido escucha activa, si no ha habido una mirada, un gesto, o una mano tendida a alguien que lo necesita, no me voy a la cama satisfecha.

Así que como ya han manifestado muchos que han tenido la dicha de vivir muchos años, y han incluso reflejado estudios hechos por prestigiosas universidades, va a resultar cierto que la conexión y las relaciones humanas son la clave de una vida plena. Y esta pandemia, esta situación histórica que nos toca vivir, pone a prueba nuestra capacidad de relación y nos da la oportunidad de experimentar lo que verdaderamente es importante, lo que verdaderamente nos llena.  Aprovechemos y aplaudamos esta coyuntura. Invertamos de manera consciente en nuestras relaciones y creemos esos lazos que nos van a dar plenitud y longevidad.

 

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Dicen

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Dicen que la mejor forma de liberar las emociones estancadas es expresarlas a través del arte. Y a través del arte es como se comunican muchas personas que no logran hacerlo de otro modo. 

Qué difícil es expresar nuestras necesidades, sobre todo cuando la empatía entra en juego y se quiere siempre lo mejor para el otro. En muchas ocasiones, no nos damos cuenta de que lo que suponemos mejor para el otro, y sin pararnos a pensar, elegimos, no sólo a lo mejor no es mejor para quien así lo suponíamos, sino que además, va minando nuestra autoestima y la confianza en nosotros mismos.  

Haced la prueba. Si alguna vez sentís que perdéis vuestro poder (y no me refiero al poder tal y como se define en el diccionario, sino a la fuerza que nos mantiene vivos y palpitando a nuestros corazones), no tenéis más que empezar a tomar decisiones que llenen vuestra vida de sentido. Por pequeñas e insignificantes que parezcan. O alocadas. O fuera de lo que se espera de uno. En el momento en que las decisiones se toman desde el corazón y con la perspectiva que nos da ver el mapa completo de nuestra existencia, no nos equivocaremos. Porque además, si nos equivocamos, siempre será para aprender una lección que estaba preparada para nosotros.

Yo siento que la vida me pone a prueba cada día, cada minuto. Porque en cada decisión que tengo que tomar (numerosísimas a lo largo de la jornada) tengo que recordarme sin cesar la importancia de ponerme como prioridad. Puede sonar egoísta, pero en mi caso, es un ejercicio que no puedo dejar de hacer. No puedo olvidarlo ni un sólo instante, porque como el que aprende un idioma, lo pierde si no lo practica, el que no sabe ponerse como prioridad, no lo aprenderá si no se lo permite cada día un poquito más. Y así como a unos les toca aprender otras cosas en esta vida, a mí me ha tocado aprender entre otras ésta.

En estos tiempos de cambio y de incertidumbre, este reto personal se ha hecho todavía más difícil. O quizás no. En circunstancias cambiantes, necesitamos tener la flexibilidad de ir adaptándonos a lo que llega y manejar las situaciones con las herramientas que hemos ido recogiendo por el camino. No podemos recurrir a antiguos hábitos o costumbres que nos hacían sentirnos plenos. Tenemos que buscar, sin embargo, otros nuevos que hagan nuestro corazón palpitar con fuerza de nuevo. Y esto, y a eso me refiero cuando digo que a lo mejor el reto no es más difícil que antes, nos obliga prácticamente a empezar desde cero e ineludiblemente mirar hacia adentro. Sí, quizás el hecho de mirar hacia adentro sea un reto difícil en sí mismo. Pero lo es mucho menos cuando como ahora, la vida nos obliga a parar y nuestra mente se despeja de la carga de lo superfluo, permitiéndonos así organizarnos en torno a nuestras verdaderas prioridades.   

Y así me encontraréis. Tratando de buscar las rutinas que dentro de todo este caos me desvelen un nuevo horizonte, una esperanza, una razón de ser . Rutinas que permitan dar salida a mis emociones.  Rutinas que estructuren mi vida de tal forma, que prioricen lo que personalmente más me conviene, para así poder dar lo mejor de mí a los demás. Muchas de estas rutinas que ya he empezado a desenmascarar son viejas amigas,  viejas conocidas. Otras, seguramente las que más, son completamente nuevas para mí y abren caminos antes nunca explorados.

Ando en pleno descubrimiento. Hasta me he apuntado a un curso sobre «resiliencia», concepto que ahora está muy de moda. Y me he dado cuenta, de que cuando termina la clase de cada jueves a las 2 de la tarde y releo las notas que he tomado en mi cuaderno, me suena mucho, pero que mucho el contenido . Esos mensajes ya los he recibido antes. Esas sugerencias ya las las he seguido en otras ocasiones. Esas «fórmulas» andan por ahí escritas en algún otro cuaderno, sabe Dios olvidado en qué cajón.  

Y entonces me siento como el hamster que da vueltas y vueltas sobre la misma rueda sin llegar a ningún sitio. Y al mismo tiempo me doy cuenta de que todos los caminos llegan al mismo lugar. Así que me planteo que quizás no esté repitiendo las cosas exactamente de la misma forma. Quizás la información sea aparentemente la misma pero llegue a mí en un momento de mi vida en el que puedo sacarle más partido. Porque en la espiral de la evolución, aunque parezca que vivimos la misma situación una y otra vez, o que recibimos los mismos mensajes, estamos avanzando sutilmente. El mismo mensaje en otra etapa de la vida, tiene un impacto diferente, y puede llevarme más lejos, más alto en la misma espiral, aunque mi percepción me lleve a pensar que sigo en el mismo punto. Así que concluyo con alivio que nada de hamster y nada de rueda.

En mi curso de los jueves, he reaprendido el concepto de los hábitos «no negociables». Aquellas cosas a las que no voy a renunciar bajo ningún concepto, ni aunque un hijo mío golpee la puerta de mi dormitorio gritando que la casa está en llamas, suponiendo siempre claro está, que no hay nada realmente ardiendo. Como buena alumna del curso que soy, me he dispuesto a pensar en ese hábito que a partir de hoy será no negociable para mí. Ese regalo que me voy a hacer a mi misma cada día y que forma parte del nuevo ejercicio de priorizarme.  Después de pensar no por mucho rato, me comprometo conmigo y con quienes me leéis a escribir diariamente 30 minutos. A plasmar mis emociones. A compartir mis experiencias.

Así que como dicen que la mejor forma de liberar las emociones estancadas es expresarlas a través del arte y también dicen, que el hábito hace al monje, me dispongo a mantenerme firme en mi nuevo compromiso y a compartir con vosotros este reto.