Tantos motivos a lo largo de un solo día para sentir alegria, comfort, bienestar. Tantos incluso en el transcurso de una hora, de un minuto, de un segundo. Estás respirando. Sí, en este momento, mientras lees este texto, estás respirando. Dirige tu atención a tu cuerpo. Observa cómo toma prestado el aire que le rodea, lo hace circular a través de él y finalmente lo expulsa…¿Qué maravilla no? Tener a nuestra disposición y sin coste alguno el combustible que nos nutre y hace posible que el cuerpo funcione y responda a nuestros estímulos. Inspiramos amor y expiramos lo caducado, lo que ya no nos hace falta. Expiramos temor.
La imperfección. Sí, la imperfección. Somos tan imperfectos que si queremos un motivo para celebrar, celebremos nuestra imperfección cada vez que seamos conscientes de ella. Aplaudámonos cuando cometemos errores. Abracémonos y derramemos sobre nosotros ríos de compasión. Qué privilegio poder seguir aprendiendo un día tras otro. Sin tener que dar explicaciones, porque todos estamos inmersos en el mismo proceso. Compartiendo entre nosotros las frustraciones, que dejan de serlo una vez que nos damos cuenta de que la imperfección nos hace bellos. Y da un sentido a nuestra vida y a nuestro caminar. Con la perfección acabaría el camino, y con él, el deleite de avanzar y comprender cada día un poquito más.
Celebremos el coraje. El coraje de mirarnos al espejo cada mañana sabiendo que somos una obra incompleta. Y celebremos también que poseemos el regalo de toda una vida para completarla. Y la libertad de poder elegir la forma de nuestra obra terminada. Celebremos la oportunidad de soñar y de proyectar esa persona que queremos llegar a ser. Sin dejar de celebrar al ser humano que ya somos.
Hagamos mentalmente una lista de los elementos y de las personas que por resultarnos habituales y familiares pasan desapercibidos en nuestras vidas. Seamos honestos con nosotros mismos. Hagamos otra lista con esos elementos y esas personas que vienen a refrescar y a dar un toque de novedad a nuestro día a día. También los hay, aunque en ocasiones no nos demos cuenta o no les permitamos acceder a nuestro entorno vallado y supuestamente seguro.
Ambas listas florecerán y rebosarán si hacemos el ejercicio de observar la vida con los ojos bien abiertos, para que no se nos escape nada, para que el despiste y la monotonía no nos dejen en la cuneta de la apatía. Leamos esas listas una y otra vez nutriéndonos con sus abundantes frutos y celebremos todos y cada uno de ellos. Cada día, cada hora, cada minuto. Como si no lo hubiésemos hecho nunca. Como si cada vez fuese la primera.
Reconozcamos la gran fortuna de haber sido premiados con una vida en la tierra. Y de haber recibido los cinco sentidos para que no se nos escape ni un motivo ni situación de los que extraer el néctar de la sabiduría que nos otorga la experiencia de esta vida regalada. Dejémonos bañar por ella. Sin resistencias, sin condiciones.
Celebremos las dificultades que se nos presentan como oportunidades de crecimiento. Aparecen ante nosotros como herramientas para actualizar la versión de nosotros mismos a una mejor, como si de un software se tratase. Sólo hace falta que las identifiquemos como tales y no las lancemos al contenedor de las experiencias que injustamente nos ha tocado vivir. No existe la injusticia. Todo se nos otorga con un objetivo. Y considerarlo injusticia es lo que sería realmente injusto. No sacarle el jugo a una situación, sea la que sea, sería una pena y un desperdicio. Sería una oportunidad desvanecida en el horizonte.
Resulta grandioso aceptar e interiorizar que todo se puede celebrar, abrazar, exprimir y utilizar de una manera constructiva y beneficiosa para nuestro crecimiento personal.
Si añadimos la posibilidad real de experimentar esta realización mágica con las personas con las que compartimos cualquiera de las facetas de nuestra vida, el efecto de optimismo y realización crece de manera excepcional.
Agradezcamos sin límite. Una mirada, una sonrisa, un paseo entre árboles, el canto de un pájaro, la brisa que se levanta antes de una tormenta y nos acaricia la cara. Agradezcamos las lágrimas y los sinsabores que nos permiten dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro con la cabeza bien alta. Agradezcamos sin más. Cuanto más agradezcamos, más motivos encontraremos para agradecer. El agradecimiento los atraerá, como si de un imán se tratase.
Y ante todo y como receta infalible para sentir alegría, Aceptemos. Aceptemos en mayúscula lo que nos trae cada dia. Aceptemos las circunstancias en las que navegamos el curso de nuestras vidas. Y si no las aceptamos, porque no toca, trabajemos para cambiarlas. El rechazo sin acción genera daño así que si la energía es de rechazo, conduzcámosla en otra dirección para que fluya y nos atraviese en lugar de quedarnos estancados.
Somos responsables de vivir con alegría. Somos responsables de irradiar felicidad a nuestro alrededor. No miremos a otro lado y lancémonos sin miedo a recibir todo lo que nos merecemos y nos hace vibrar. A partir de hoy. No hay tiempo que perder.