El regreso

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Se siente raro pero a la vez familiar. Estar aquí sentada, en el salón de casa, frente al mar, escribiendo. Lo he echado muchísimo de menos. Mucho. Es una de las ocupaciones que hacen mi vida más equilibrada y que afortunadamente me trae paz. Ha habido una razón de peso por la cual los últimos meses han sido baldíos en términos de produccion literaria y os la quiero contar.

He estado concentrada en mi cuerpo luminoso. Imagino que muchos os preguntaréis qué es ese novedoso concepto de «cuerpo luminoso».  Pues para el que tenga curiosidad por saber más y esté abierto a algo diferente, explico que el cuerpo luminoso es esa parte de nosotros que se sitúa mas allá de nuestro cuerpo físico pero que forma tanto parte de nosotros como el cuerpo que podemos ver y tocar.  Es la parte energética de nuestro cuerpo, y como parte intrínseca nuestra, también hay que cuidarlo. Y en ese cuidado he estado embebida.

He viajado por los cuatro puntos cardinales sintiendo cada etapa del viaje muy adentro. En lo más profundo de mis entrañas. Y sin necesidad de ir a ninguna parte.

He viajado al sur, donde la serpiente me esperaba, sigilosa, paciente, expectante. Me topé de frente con ella y me miró a los ojos. Me preguntó si de verdad estaba preparada para dejar atrás toda una vida. Y lo hizo con elegancia, sin drama, con la sabiduría de lo antiguo, de quien ya lo ha visto todo, o casi todo.

Me armé de valor, y le dije que sí. Lejos de armarme con armadura para afrontar este viaje, o para estar preparada para un posible combate, me despojé de una de las tantas capas de blindaje que cubrían mi cuerpo. Como la serpiente suavemente se despoja de su piel. Y me sentí más ligera. Mucho más ligera.

Después viajé al Oeste, donde los vientos soplan fuerte, muy fuerte, y hay que agarrarse con gran firmeza para no ser arrastrado y herido de muerte. Allí me encontré al Jaguar, negro como obsidiana, sus ojos pura luz. Me pidió que dejase mis miedos atrás. Que aprendiese a convivir con ellos. Que no fuesen un obstáculo en el proceso en el que yo me había embarcado, sino todo lo contarrio. Me enseñó a identificarlos y a hablarles con mimo, con compasión. A abrazarlos para hacerles sentirse queridos y aceptados. A escucharlos pero no a obedecerlos. Hoy son parte de mis guías, esos miedos. Algunos han desaparecido, otros nuevos aparecen, emergiendo a la superficie de mi consciencia. Los escucho y los honro, no les dejo tomar el mando. Gracias Jaguar.

Más tarde me adentré en el Norte. El colibrí, la sabiduría. Toda la fuerza y la energía del mundo no me bastarían para emprender mi viaje épico. El colibrí me tendió sus alas y me sugirió beber de la fuente del saber. Me invitó a confiar en mi conexión con esa fuente.  Abracé a mis abuelos, a mis bisabuelos, a sus padres y a los padres de sus padres. Les dije que les quiero,  que les necesito. Me di cuenta de que son parte de mí y yo parte de ellos. Los traje a mi consciencia y perdoné. Aunque en realidad, no hay nada que perdonar. Les agradecí sostenerme y les hice un lugar en mi corazón.

El último trayecto me llevó al Este. Al lugar del amanecer. Allí donde dirijo mi mirada para reverenciar al sol en la mañana. Poderoso, espléndido, eterno. En el Este, el cóndor abrió sus majestuosas alas y me invitó a acompañarlo. Me embelesó el paisaje que contemplé desde las alturas. Aprecié que mi vida adquiere un significado diferente si soy capaz de observarla con perspectiva. Desde un más allá incluso más elevado que las más prominentes montañas. Y disfruté la experiencia.  Procuro replicarla cada vez que me pierdo en mi misma, en el estrecho laberinto de mi mente. Para no olvidar hacia donde me dirijo, y porqué estoy aquí.

Estos últimos meses no han sido fáciles, he trabajado duro. Una montaña rusa de emociones ha estado presente en mi día a día. Ha hecho tambalear ese equilibrio tan difícil en más de una ocasión. Pero lo más importante y gratificante de todo, como cada proyecto que se empieza y se acaba, es que me ha dejado múltiples experiencias muy valiosas y muchísimas nuevas herramientas para seguir llevando el timón de este emocionante viaje épico que es mi vida.

 

 

 

 

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