​Si lo pintas, lo dejas atrás​

2018-02-23-PHOTO-00000098

Rabbit Run, de Lydia Janssen

 

Ayer estuve en la inauguración de una exposición de pintura de una artista maravillosa que el destino me ha otorgado la fortuna de conocer. La admiro infinito. Admiro la pasión que derrama sobre lo que hace. Y admiro sobre todo, la capacidad que tiene de al posar la brocha sobre el lienzo, ir pasando páginas de su vida para concluir en paz sus distintas etapas.

Las pinturas que ayer tuve la oportunidad de disfrutar, mis sentidos más despiertos que nunca, hablaban de los últimos años vividos por Lydia. Años llenos de cambios, de nuevas experiencias vitales, de procesos de adaptación, de despedidas de viejos yoes y bienvenidas de nuevos. Ella viviendo la vida en su máxima expresión. Nunca la vida viviéndola a ella.

Escribo sobre la emocionante experiencia vivida ayer y siento como los ojos se me llenan de lágrimas. Me emociono. Siento su viaje como mío. Y me doy cuenta de que las experiencias externas que me tocan profundamente lo hacen porque encuentran una resonancia en mi viaje particular.

El momento de la vida que atravieso despierta en mí la necesidad de desprenderme de antiguos patrones, de formas de actuar, de actitudes y creencias que ya no me sirven. Y mientras busco la manera idónea para lograr mi objetivo, no puedo evitar el impulso de juzgarme y criticar esas características ya inservibles de mi ser. Tengo la tentación de preguntarme porqué han convivido conmigo durante todo este tiempo, si realmente me han beneficiado y en qué medida me han perjudicado. Y entonces me doy cuenta de que precisamente el juicio es uno de los rasgos de mi persona de los que me quiero desprender. Sin más dilación. De una vez por todas.

He decidido no juzgarme. No juzgar mi pasado. No juzgar quién hasta ahora he sido ni tampoco mi manera de vivir. Por el contrario, quiero honrarme y dar las gracias.

Imagino que la piel de la que me voy a desprender es como la piel de la serpiente. Esa piel que me ha dado calor en los momentos de frío. La piel que me ha permitido deslizarme sobre terrenos lisos, rocosos, gélidos o abrasadores. Esa piel que me ha dado seguridad. La piel que me ha proporcionado una identidad. Piel que me ha acompañado durante tantas lunas que solo de pensar en mudarla atisbo dolor.

Pero es un proceso natural. No se puede detener. Una vez que ha comenzado, la única alternativa que considero es acompañarlo, darle la mano, la bienvenida. Observar y disfrutar su belleza.

¿Cómo no iba a honrar a la piel que me ha permitido llegar hasta aquí? ¿Cómo no iba a honrar a ese yo que es semilla de todos los yoes que vendrán detrás? Renunciar a honrarla sería como negarme a mí misma. Como darle la espalda a toda una vida. Sería rechazar mis partes oscuras y quedarme solo con la parte de luz que hasta ahora soy capaz de identificar en mí.

Acepto conscientemente el deseo de sentirme completa. Y como anhelo sentirme completa, voy a procurar mirar a la cara sin avergonzarme a esas partes que no me gustan de mí. Deseo lograr darles un nombre, poder evocarlas y ser afectuosa con ellas. Mimarlas sin restricciones, porque ellas también se merecen mi aceptación.

Nada en la vida es pureza absoluta. No hay luz sin sombra. Hambre sin saciedad. Calor sin frío. Alegría sin tristeza. Compañía sin soledad. Y esa es la hermosura. Nuestra luz existe gracias a nuestras sombras. No tendría por tanto ningún sentido juzgar mis sombras pues son indisolubles y van unidas de la mano con mis partes de luz. Como el Ying y el Yang. Como la vida y la muerte.

Aceptar esas sombras se me antoja un proceso incómodo y embarazoso.

Pero confío plenamente en que este proceso de integración desencadenará esa tan saludable muda de piel y me abrirá la puerta a una conciencia más libre, más vívida y más al servicio de los demás.

 Queridos lectores, gracias por leerme. Compartir con vosotros este proceso desencadena una reacción catalizadora que no sería posible sin vosotros. Compañeros de este viaje por la eternidad.

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